Hoy para
nuestro blog escogemos un pasaje del
Quijote, con el fin de aprender a apreciar como la armonía del hombre con la
naturaleza es un tema vigente hoy,… como ayer.
CAPITULO XI. Discurso sobre la Edad de Oro (El Quijote)
De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros
En este hermoso
capítulo podemos leer cómo se encontró don Quijote con unos cabreros cuando
andaban Sancho y él buscando acomodo y cena. Don Quijote, habló sobre la Edad
de Oro, en la que existía armonía con la naturaleza.
Esto lo comprobaremos a partir del epígrafe
donde Cervantes escribe: “cuando hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano
y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones…”.
Es ahí cuando comienza el discurso…
“Dichosa edad y siglos
dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados24, y no
porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se
alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que
en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío25. Eran en aquella
santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su
ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las
robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y
sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos26, en magnífica
abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las
peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y
discretas abejas27, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno28, la
fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques29 despedían
de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas
cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas
sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era
paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada
reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra
primera madre30; que ella sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de su
fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los
hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas
zagalejas31 de valle en valle y de otero en otero32, en trenza y en cabello33,
sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que
la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos
de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro34 y la por tantos modos
martirizada seda encarecen35, sino de algunas hojas verdes de lampazosIV, 36 y
yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van
agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la
curiosidad ociosa les ha mostrado37. Entonces se decoraban los concetos
amorosos del alma simple y sencillamente38, del mesmo modo y manera que ella
los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No
habíaV la fraude39, el engaño ni la malicia mezcládoseVI con la verdad y
llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen
turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la
menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje40 aún no se había sentadoVII
en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién
fuese juzgadoVIII, 41. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho,
por dondequiera, sola y señeraIX, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo
intento leX menoscabasen42, y su perdición nacíaXI de su gusto y propria
voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura
ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta43;
porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita
solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su
recogimiento al traste44. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y
creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes,
para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a
los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el
gasajeXII, 45 y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero. Que aunque por
ley natural46 están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros
andantes, todavía47, por saber que sin saber vosotros esta obligación me
acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os
agradezca la vuestra”.
Mediante el “discurso
de la Edad de Oro” se expresa la transformación del hombre desde la “Edad Dorada”
hasta el presente. Era el concepto de
justicia distributiva total el que reinaba cuando existía ARMONÍA ENTRE EL HOMBRE Y LA NATURALEZA. En esa
época el hombre vivía en un sistema utópico, claro está, donde tenía o poseía
lo suficiente para vivir y sentirse digno. Se describe un ambiente pacífico,
ético e ideal, donde la concordia, la paz, el concepto de posesión no existían.
Sin embargo, cuando el hombre se alejó
de la naturaleza rompiendo el ORDEN NATURAL, llego el caos, el fraude, el
desorden. La justicia, los bienes comunes, el amor sin artificios y las
doncellas viviendo sin temor, se ven abocados al caos. Es ante este deterioro
cuando se surge la Orden de los Caballeros Andantes.
Aplicándonos
la lección, sabemos que el ser humano
puede desarrollar todo su potencial, sin límite, cuando está en armonía con la
naturaleza. Es de esa manera como nos acercamos al desarrollo sostenible. Desarrollo Sostenible que
supone reunir y conjugar esfuerzos, recursos, actitudes y aptitudes para
alcanzar la armonía y la afinación entre el desarrollo tecnológico y económico,
el desarrollo rural, la conservación ambiental y la calidad de vida del hombre.
Todo ello nos llevaría a una vida mucho más
solidaria y respetuosa, donde el equilibrio y la justa repartición de la
riqueza junto con el respeto al entorno, a la identidad de los pueblos y a los recursos naturales, harían de nuestra sociedad
globalizada, una sociedad más igualitaria.
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