La Semana Santa es la mayor celebración del calendario
católico, conteniendo una tradición
histórica y cultural reseñable en la comarca de Los Pedroches y una dimensión económica indudable. Como
otras fiestas, es una práctica de la colectividad que se va renovando
constantemente a través de celebraciones vistosas, sentidas y ricas en
simbología. Sin embargo, su verdadero
significado depende de la forma en que la interpretamos. Las personas más
mayores guardan en su memoria la tradición, el estreno de un traje nuevo, el
hacer unos dulces caseros, el ayuno, la
fe…. A ello hoy es necesario unirle, no sustituirlo, otras prácticas lúdicas
como viajes, gastronomía en restaurantes, consumo, reencuentro…De todas formas,
en torno a esta fiesta, incluyendo tanto su carácter religioso, Pasos y Cofradías como el más lúdico de ocio
pagano, se reconstruye y construye un
poderoso sentido de identidad y de pertenencia, utilizando como instrumentos el
vestuario, la parafernalia, la música, los rezos…
Esta Semana tan importante para los
cristianos gira alrededor de la Resurrección de Cristo, y según muchos autores se
vincula claramente a festividades paganas, empezando por su ubicación en el
calendario, al elegir como domingo de resurrección el primer domingo tras la
primera luna después del equinoccio de primavera. Numerosas religiones paganas
consideraron cruciales el equinoccio primaveral y la luna puesto que marcaba la
entrada de una nueva estación, el” paso de la muerte del invierno a la
resurrección de la tierra”, en tanto en cuanto para muchas civilizaciones daba
comienzo la temporada de siembra, y empezaba el ciclo vegetativo de la
Naturaleza. De ahí que existieran múltiples rituales propiciatorios para
conseguir salud, fecundidad y buenas cosechas. Bajo estas premisas se relaciona
la Semana Santa con una cristianización de una fiesta agrícola.
Volviéndonos de
nuevo hacia el carácter identitario,
a nuestras costumbres, creencias, culturas, prácticas y ritos que vivimos
durante la Semana Santa, podemos constatar el gran valor etnológico que atesoramos, y que nos acerca a lo
esencial de nuestra comunidad, a lo más puro, a nuestra identidad, y nos ayuda
a través de su expresión renovada cada año, a transmitirlo a las generaciones
siguientes.
En muchos de
nuestros pueblos, el Viernes de Dolores y la noche de las Velas eran de los más
esperados, así como el Jueves y Viernes Santo, donde era muy peculiar escuchar
el ruido de las “matracas”, unas
tablas con una especie de aspas y asas que al girar formaban un ruido
estruendoso para anunciar los actos religiosos. De ahí que digamos “dar la matraca” en el
sentido de dar la tabarra o molestar. El Sábado de Gloria, al son de las
campanas, repicando se colgaban los “marmotos”,
que eran muñecos vestidos de trapos viejos y rellenos de paja. Colgados a cierta
altura en mitad de la calle, se tiroteaban y ardían…Realmente era un ritual. En
algunos lugares se tiraban al arroyo cercano y las muchachas volvían al pueblo
con un ramito verde que simbolizaba la primavera.
Otro elemento a no olvidar durante estas
fechas es la comida, con un rico patrimonio
gastronómico compuesto de platos de Pascua y Vigilia. Condicionado por la
práctica de la abstinencia, en teoría se prohíbe consumir carne, por lo que las
sopas, el bacalao, el arroz con leche o las torrijas se alzan como elementos de
gran atractivo que nos hacen revivir
todas nuestras costumbres culinarias y sentirnos identificados con un
territorio cuando elaboramos alguna de las recetas típicas y antiguas, incluso
estando lejos de él. A través de los sentidos, del aroma y del sabor nos
sentimos pertenecientes a él, aún en la ausencia.
Por último,
prestando atención a la dimensión
económica de la cultura, la Semana Santa se ha consolidado desde antaño como un
acontecimiento perdurable y singular con extraordinario calado en nuestra
sociedad y causa de un amplio
movimiento económico. En este
momento se conjugan los pasos procesionales y su preparación con la
arquitectura civil y principalmente religiosa de cada pueblo, así como con su
morfología urbana y a nivel económico, se puede afirmar que la Semana Santa tiene repercusión en el
consumo, en la producción y en el empleo.
Incluso se implica a sectores productivos que en principio no están
vinculados a esta fiesta religiosa y cultural, pero que indirectamente, gracias
a gasto de visitantes y residentes, al trabajo y demanda de artesanos, el
efecto es global, puesto que se requieren bienes y servicios para conservación,
restauración del patrimonio de las Hermandades y Cofradías, trabajos
artísticos, floristería, bordados, actividades y excursiones complementarias,
etc. En resumen, se podría decir que esta magnífica celebración religiosa aúna
patrimonio cultural, etnográfico, artístico, económico y social.
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